Después de tres días, como siempre, daría vueltas y vueltas por la península evocando los treinta años que la recorrí decena de veces de cabo a rabo con mi mochila, viviendo a la intemperie, con la profunda necesidad de hallar respuestas a las preguntas que removían mis inquietudes.
Antes de irme desayuné como cada mañana unos buenos cafés entre el hotel Mediodía y el bar de Ruché dejando evidencia de que me marchaba una semana para desbloquear mis sentidos de gran viajero, volviendo sobre mis pasos, recorriendo lugares por los que caminé sin prisas y sin destino, y rememorando mis más grandes y profundas cavilaciones.
A la vuelta para irme y mirar si me dejaba algo en casa, me encontré a la chica con su madre y un familiar que me llamaron y me hicieron sentar en el salón de su casa.
El rato de charla se convirtió de facto, en una prueba donde la chica me colocó en un compromiso frente a sus familiares, sin yo saberlo ni beberlo ni oírlo.
Me tuvo que avisar la familiar, que sabía que yo era sordillo. Le pregunté qué pasaba. Me dijo que la niña decía que quería venirse conmigo.
Yo la miré sorprendido y pensé algo rápido, necesitaba algo que responder porque calladas observaban mi reacción.
Yo miraba a la chica y me vi en la encrucijada de dejarla o no que viniese conmigo, sin yo saber las causas de su acción desconociendo por completo el motivo, sin ningún vínculo que la justificase.
Mi percepción de la situación fue lógica. Tenía una amistad con ellas y no me gustó la idea de desecharla, decirle que no y humillarla. Y por la actitud de la madre, vi muy lejos la posibilidad de que a la chica realmente la dejasen viajar conmigo.
Amablemente la invité a venirse y creo que las tres mujeres se sorprendieron. Incluso me gustó cómo se lo expresé a la interesada delante de la madre y su familiar.
La chica ignoraba que mis viajes abarcaban recorridos totales alrededor de diez mil kilómetros en una semana. No llegué a decirle la cantidad de kilómetros que recorreríamos, pero era lo habitual cada vez que alquilaba un coche y desaparecía de Plan para visitar a mis padres.
"Bien, te invito a viajar conmigo. Primero vamos a ir a Málaga tres días a visitar a mis padres. Después recorreremos la península Ibérica (incluyendo Portugal) y posiblemente una parte de Francia para visitar lugares y gente que conozco durante los últimos cuatro días de la semana. Así que coge la ropa que necesites, un poco de dinero y el resto va por mi cuenta." - le dije.
La chica desconocía por completo la envergadura de esta aventura. Un ejemplo fue mi madre que no le gustaba viajar porque se mareaba. Al principio me costó horrores ir con ella de viaje. Pero después se enamoró y toda vez que le decía "Mamá, nos vamos de viaje", ella ya preparaba su equipaje con una semana de antelación totalmente loca por viajar conmigo. Nunca se mareó y se habituó a la importante cantidad de información y a la infinidad de paisajes, y personas a quienes me acercaba a saludar.
Ignoro si estuvo bien dirigirme a la chica y no a su madre. La madre le gritaba alterada que no la iba a dejar venirse conmigo.
La madre le gritaba a la chica alterada y la chica me gritaba a mí que su madre no la dejaba. Y yo que por experiencia sabía que no era conveniente interceder para convencer a la madre.
Me levanté de la silla en el salón para irme a la calle. Y le dije a la chica que si quería venirse que la esperaba antes de irme. Tenía que ir a mirar si tenía mi equipaje completo.
Así que esperé en la calle media hora para que lidiara con su madre, radicalmente opuesta a permitir que la chica se viniese conmigo.
Hoy sigo creyendo que hice bien en este pasaje sin interceder ante la madre para que la dejara venirse. Era una cosa entre ellas.
Siempre he creído haber hecho lo correcto. Dirigirme a la chica y no a la madre. Tuve la desagradable experiencia que para conseguir la libertad con la que he vivido, sufrí muchísimo en la relación con mis padres. Y los últimos años de sus vidas les demostré que nunca los había abandonado.
Si la chica quería venir conmigo de viaje, tenía que convencer ella a su madre. Su familiar no dijo nada y solo intercedió cuando la madre sorprendida parecía que se levantase de la silla para darle unas tortas bien dadas a la hija.
Creo que la chica tenía que luchar por lo que quería, como lo hice yo. Nunca fue una opción que yo intercediese a su favor confrontando a la madre.
Si la chica era libre, no iba a haber ningún problema. Pero si la chica no era libre, yo solo respondería por mí mismo.
La chica me puso en un compromiso. Para mí fue fácil porque disfrutaba de una libertad inmensa. Si ella quería venir estaba obligada a derribar sus muros. Me hizo un flaco favor involucrándome. Nunca podrá decir que no fui cortes, a no ser que se inventase una historieta.
Tardé una hora en irme, suficiente tiempo para que ella hubiese convencido a su madre. "Si no eres libre no vienes porque no te dejan."
Al irme con el coche despacito, toqué el claxon por si salía para venirse.
Lo siguiente fue que nunca más la volví a ver y provocó que la amistad que yo tenía con su madre cambiara sin yo quererlo.
Para las personas con problemas de visión tenemos este audio vídeo donde puede oír el contenido completo del artículo. 👇👇
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