El señor Royo había estado en Aínsa y en una cuneta a la entrada de Labuerda, vio una bañera pequeña que parecía revestida por algún tipo de revestimiento de color verde.
Pensó que le servía para plantar macetas o cualquier otra cosa que se le ocurriese. Decidió volver a atrás dando la vuelta con el coche por dos veces en la carretera para aparcar junto al armatoste.
Empezó a mirar la bañera y se entusiasmó de encontrarla tan pequeña y perfecta.
Vio llegar un hombre despacito desde la casa cercana, lo conocía de vista. Le expresó que iba para Plan y vio la bañera, que le venía muy bien para algo que tenía pensado.
El hombre sin pensarlo dos veces le dijo que se la llevara, precisamente esperaba a su cuñado para ir a Aínsa y dejarla en el vertedero.
Royo se entusiasmó aún más y pidió ayuda para levantarla y meterla en el coche. El hombre se rió. Le dijo que la cogiera, que pesaba bien poco.
Royo hizo ademán de levantarla y se sorprendió que pesara tan poco y fuese tan fina. Abrió la puerta del maletero del coche, tumbó los asientos traseros y coló la bañera fácilmente sin problemas.
Cerró y para el pueblo, imaginando la de cosas que plantaría en invierno y en verano una vez la llenase de tierra fértil en la cochera de su casa.
Miguelo que acababa de llegar de la escuela, pasó por la puerta de Royo yendo a echar sal a las vacas en el campo del Foricón.
Vio dentro de la cochera la bañera de un color verde muy bonito, se acercó, la intentó levantar con una mano y se sorprendió que parecía de plástico.
Salió de la cochera y fuera se quedó parado mirándola un rato hasta que su madre, que había bajado a coger vino a la bodega, lo vio en la calle como un tonto y le gritó para que fuese a echar sal a las vacas.
Por la tarde, tenía tramado con sus amigos de la escuela, los granujas Javi Fumanal, José Baila, Carlos de Micale, Pepe Ruché y el José María Fantova, que iban casi siempre con él, ir al campo del barranco Foricón con la intención de subirse en los lomos de un ternero grandecito.
Querían imitar los rodeos americanos con vaqueros subidos a los lomos de toros enormes a ver quién aguantaba más.
Lo que pasó después no tuvo nada que ver con los rodeos americanos. Pero sí con un ternero enfadado embistiendo a diestro y siniestro a base de cabezazos y patadas contra los chavales que intentaban sujetarle la boca para someterlo y subirse en su lomo.
El hijo de Consuelo Bardají, Javi, que era el más pequeño, huyó despavorido a las primeras de cambio. Pero los otros amigos salieron escaldados con las embestidas del ternero.
Los persiguió por todo el campo hasta la misma puerta de la valla por la que asomaba Javi y consiguieron ponerse a salvo. El ternero no los iba a olvidar nunca.
Cuando se enteró Josefina castigó a Miguelón varias semanas, de la escuela a casa sin salir con los amigos.
Tiempo después cayó una enorme nevada y el valle se congeló. Una de esas mañanas gélidas la banda de amigos pasó por la cochera de Royo, se asomaron y vieron la bañera verde limpia y vacía.
Se colgaron de la ventana de Royo y vieron que estaba entretenido al calor de la chimenea. Nadie asomaba sus narices por ninguna ventana en toda la calle. Cogieron el armatoste entre todos y lo llevaron a la Capilleta y allí lo enterraron bajo la nieve, pegada al muro del campo de Javi Fumanal.
Entretanto la gente del pueblo descubrió rastros de un aquelarre al otro lado del río Cinqueta, en la pista del Collado de Sahún. La gente estaba segura que era brujería negra más negra que la oscuridad.
En la escuela se ordenó a los niños no ir al otro lado del río bajo ningún concepto si no era con personas mayores.
Se les erizaba los pelos con solo hablar de las brujas que habían hecho el aquelarre.
Algunos lloraban a las madres porque temían ser capturados y comidos por las malvadas brujas.
Miguelo en cambio iba a lo suyo. Había quedado con Javi, Baila, Carlos, Pepe y Fantova después de la escuela para ir a buscar la bañera.
La desenterraron y la llenaron con piedras en la Capilleta. Después la arrastraron marcando una chorraera con forma de bañera sobre la nieve hasta pasado el río.
La marcaron despacito bien marcado ayudados por el peso de las piedras y cuando terminaron, las sacaron y volvieron a la Capilleta.
Con la chorraera bien marcada, se subieron cinco apretujados y faltaba Miguelo, que se veía negro sujetando la bañera como podía.
Anclada por delante con dos piedras para que no resbalara hasta que Miguelo subiese, la bañera pequeña, en una chorraera de lo más resbaladiza bien marcada, con cinco chavales dentro que apenas cabían y pesaban lo suyo, las piedras resbalaron y la bañera se puso en marcha ella solita tirando al granuja número uno de bruces en la nieve.
La bañera viajera se escapó y se precipitó por la chorraera sin frenos, llegó al llano de la Capilleta a tal velocidad que pegó un salto escuchándose un fuerte crujido al aterrizar y precipitarse por la rampa más inclinada de la cuesta como una nave espacial, cruzando el puente del río Cinqueta hasta chocar con la montaña de nieve acumulada al pie de la pista de Sahún.
La niebla que había bajado por el barranco de la Simierre los envolvió bajo la bandera de la Peña las Brujas, creó efectos visuales tan potentes que los críos creyeron verlas danzando.
Perdidos de nieve salieron espantados llorando camino de la Capilleta. Miguelo, que bajaba los vio correr para arriba y los siguió sin saber qué pasaba.
Cuentan que desde la plaza de la iglesia, se veía tras la niebla el fuego de la caldera donde las brujas cocinaban hechizos.
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