Vivía en la cueva de la Espluca en lo alto de la pared vertical donde por supuesto nadie se atrevía a subir.
Cuentan que en una de sus incursiones para robar ganado en Tella vio a la joven pastorcilla Marieta y se enamoró de ella perdidamente, pero yo no me lo creo.
La leyenda dice que Silbán cayó en una tortuosa historia de amor con la pastora pero que su intención era devorarla y cuenta que la zagala era tan lista que para librarse de Silbán se le ocurrió envenenarle.
Lo cierto es que Silbán percibió que la pastora Marieta, con apoyo de sus familiares intentarían matarlo, posiblemente envenenando un cubo de leche de los que se bebía a diario, entonces pidió ayuda a las brujas Rebruxas de Chistau y la bruja Sol le expetó que lo mejor era que abandonara la cueva de la Espluca y se fuese para siempre.
Al principio se mudo a una cueva por las montañas de la zona del valle de Gistaín cerca de Punta Suelza pero pronto se trasladó cerca del río Cinqueta, precisamente por la zona de la Peña de las Brujas al otro lado del río cerca de Plan donde tiempo después en el llano del bosque las brujas Rebruxas encendieron un caldero gigante para con un portentoso conjuro mágico eliminar su gigantismo a las medidas de hombre normal.
Pero la verdad es que la bruja Sol y sus hermanas Piloka y Cristona pretendían convertirlo en una vaca con buena carne para asar, pero el conjuro falló y lo convirtieron en lo que más odiaban, un hombre altivo de ciento noventa centímetros de altura que viéndose desnudo y amenazado huyó de las brujas Rebruxas para recorrer el Pirineo libremente a lo largo y ancho en verano, viviendo en cuevas que adecentaba suntuosas en invierno, sintiéndose enormemente agradecido de aquel fallo que lo liberó para siempre de su gigantismo.
Muchos años después alguien regresó al lugar de la Peña las Brujas en un día de niebla tenebrosa que la primavera se abría paso haciendo del Cinqueta un caudaloso río gritón que los ganaderos arreaban a las vacas para subirlas a los pastos verdes de las montañas y vieron entre la niebla la sombra de lo que creyeron un oso al punto de abandonar al ganado y huir hacia el pueblo en busca de ayuda.
Cuando regresaron al lugar las vacas pastaban tranquilas sin que nada raro las hubiese perturbado y los rastreadores no encontraron ni el más mínimo vestigio de un ataque o la huella de un oso.
Pero alguien los observaba desde muy cerca en silencio sin mover un solo músculo hasta que los ganaderos arrearon las vacas y desaparecieron por el sendero montaña arriba.
Pero las brujas presintiendo la llegada de alguien que no podían adivinar quién, enviaban pájaros y conejas a indagar por el bosque durante muchos días sin que detectaran nada, y nadie volvió a saber de aquella sombra intimidante.
Un día de verano unos chistabinos que bajaban del bosque vieron una bandera ondeando sobre la Peña las Brujas y se asustaron porque nadie había sido capaz de enfadar a las Rebruxas que en cuanto se enteraron, Sol, Piloka y Cristona sacaron el enorme caldero de su cabaña a los pies de la peña para hacer un encantamiento con la bandera y convertir en gallina cebada para comérsela a quién hizo semejante atrevimiento.
Pero no hizo falta esperar mucho porque en cuanto estuvo el caldero hirviendo apareció la enorme y misteriosa criatura que agachándose entró por el enorme arco de la entrada, despojándose de su piel de oso de una patada volcó aquel pesado caldero derramando todo su contenido, y siendo atacada con el asta de la bandera por la bruja Sol, agarró el palo y dando una vuelta sobre sí misma la envió al carajo bien lejos, y con sus hermanas brujas hizo lo mismo, las agarró con sus grandes manos y las hizo volar sin escobas al otro lado del río, después escaló la peña y volvió a plantar su bandera.
Silbana, la enorme hija de Silbán, había regresado a sus orígenes para no irse jamás.
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