Llegar a Biadós es un objetivo escalonado en el que empleaba más o menos los mismos tiempos que llegar al solitario Puerto de Sahún.
Subir por las vertientes del río Cinqueta era escalar por un cerrado desfiladero que solo se abría al cielo tras muchos kilómetros allá por los llanos de la Virgen Blanca, cruzar el río de La Pez y entrar por el barranco de Añés Cruces subiendo hacia Biadós, que no se ve hasta que termina el carril en el mismo llano.
Hubo épocas que llegué a subir tres días a la semana. El día más lindo que subí hacía una tarde un poco revuelta. Llegué desde Plan a la entrada del carril aún en fase de calentamiento. Entre disparado corriendo por la ribera oeste del río Cinqueta para alcanzar pronto el Puente del Molin por donde bajaba una lengua de aire frío desolador.
Subiendo ahora por la ribera este me esforzaba en resistir el aire helado. En la zona de rampas más duras empezó a nevar y corrí aligerando el trasero a trompicones haciendo kilómetros por aquellas cuestas previas al cruce de Es Plans.
La nieve hermosa caía, no llegaba a cuajar en el suelo. Yo llevaba unas gafas protectoras transparentes, vestido con una malla larga rosa, abrigado con una sudadera roja y debajo solo una camiseta de atletismo. Previsor, llevaba una camiseta de manga larga del maratón de Sevilla amarrada a la cintura debajo de la sudadera.
Era la primera vez que veía caer la nieve en Chistau. Iba absorto entre los árboles del bosque. El paisaje blanco tras atravesar el Puente de Lisier por la orilla izquierda del Cinqueta, corriendo rápido a 3:15 minutos por kilómetro para alcanzar pronto el llano del Campamento Virgen Blanca.
El desfiladero era una bella estampa invernal, un auténtico paisaje que se cubría de nieve, tan bello como el frío aire que respiraba a cada zancada.
Atravesé el puente del río de La Pez y subí dando zancadas cortas y veloces en las curvas cerradas subiendo a El Forcallo. Desde allí pude contemplar el recorrido que había hecho con todo el Valle de Gistaín en penumbra con una luz atravesada tan fantasmal que la nieve parecía oro.
El carril volvió a girar y veía enfrente los Espadas y los Llardanas, tenebrosos y rodeados de nubarrones tormentosos. El último recodo a la izquierda, un todoterreno aparcado y Biadós bajo las sombras de la montaña.
Media horita en su confortable interior, el agradable trato del guarda, Joaquín Cazcarra y su señora Cristina, amigos de Gistaín que regían el refugio, un buen cafelito calentito que me prepararon, bebido a sorbos sin prisas. Tras los cristales del refugio la nieve no dejaba de caer.
Estaba todo muy hermoso. Salí para volver a Plan y me quité la camiseta de manga larga del maratón de Sevilla. Me quedé con las mismas prendas con las que subí y inicié el recorrido tras despedirme.
Sin problemas para correr yo volaba para Plan sobre la fina superficie de nieve. La tarde empezaba a oscurecer y en un par de horas se haría de noche.
Yo iba calentito, sin sudar, con un paso medio de 3:30 minutos por kilómetro y en las bajadas aumentaba la velocidad a un ritmo de 2:50 minutos por kilómetro. Esto quiere decir que en unos treinta o treinta y cinco minutos estaría en casa dándome una ducha.
Cuando pasé el Puente del Molin oí un coche a lo lejos por la carretera de Gistaín y corrí más rápido hasta alcanzar el final del carril.
En la curva de la carretera respiré hondo dejando atrás el desfiladero. Pasé por San Juan de Plan a hurtadillas con la cabeza salpicada de nieve. Corría lento para que me vieran los coches que subían con las luces encendidas.
Cuando llegué a la vera de la carpintería de Joaquín di por acabada la fiesta. Me abrigué y caminé a casa por la calle Cosme.
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