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viernes, 3 de mayo de 2024

Trabajar en la cocina como medio de vida. Recuerdo de otros tiempos

Tengo una historia que contar sobre mi niñez, adolescencia y juventud, en los bares y cafeterías que tuvo mi padre, trabajando en cocinas profesionales. 

Esta historia va dirigida a aquellos amigos y vecinos que trabajan incansablemente en la hostelería en el Valle de Chistau. Y como bien pueden suponer, describo aquello que me pasó y mis vivencias desde mi punto de vista.

Siendo un niño de apenas siete años, ya pelé patatas y corté cebollas en una cafetería restaurante de mi padre cuando no tenía escuela. Pero también compaginé con larguísimos días que cualquiera que me quisiera encontrar, sino no estaba en la cafetería, es porque estaba en la playa.

Mi vida era estar en la playa, cosa que no me impedía cortar patatas y pelar cebollas en la cocina cuando se esperaba mucha clientela.

Una cosa que aprendí con las duras presiones de mi padre, es que no trabajo si no se me paga, ya que él no me pagaba nada, y eso no me tenía nada contento porque aunque yo no diga nada, no voy a olvidar nunca.

Trabajé con mi padre componiendo los menús y las cartas a mano. Tengo una letra impecable que me sirvió para rotular los menús y cartas en pizarras gigantes para que los guiris de Torroles (Torremolinos), se sintieran atraídos y entraran a comer.

El problema es que no me pagó nunca por todo ese trabajo ni una sola vez. Repartía entre todos el bote que yo percibía como las sobras.

Me encantaba trabajar en cocina y con 16 años entramos a trabajar en el hotel Rubens de Benalmádena Costa, que hoy se llama hotel Goya. Allí me abstraía haciendo trabajos de pinche: limpiar pescado, cortar patatas, limpiar carnes, etcétera.

Cuando más abstraído trabajaba, de repente mi padre me estaba dando una paliza, humillándome delante de los demás pinches, cocineros, camareros y limpiadoras. A pesar de sentirme dolorido, nunca me sentí humillado, no pudo conmigo y me gustaba mucho trabajar en cocina.

Cuando salimos del hotel, tuvimos otros negocios y allí me demostré a mi mismo que podía hacer 20 tortillas españolas consecutivas en 20 sartenes. Y no solo una vez, sino muchas veces. 

En agosto de 1979 cumpliría 18 años y fue cuando cogí la mochila y me fui de mi casa por primera vez, no sería la única.

Ocurrió que trabajaba en un negocio de mi padre en el centro de Torremolinos desde las 6 de la mañana hasta las 8 de la tarde ininterrumpidamente. No percibía ni una sola peseta.

Sufría acoso de los camareros incluido un familiar. Todos con una cara de marimoñas casados que tiraba de espaldas. Ya por entonces me decían "guapito de cara" y se ve que ellos eran más bien feotes. 

Pero claro, cuando mi padre llegaba a las 11 de la mañana todo irritado le contaban cualquier cosa chunga de mí, y él en vez de defenderme, me tiraba la olla ardiendo por la cabeza, burlándose y dándome patadas en las piernas me hacía salir al salón para que la gente me viera, y se reían todos que algunos eran amigos de mi padre.

Años después ya nadie me podía controlar, viviendo en tienda de campaña en la playa de Maro como en otras playas y lugares, cocinaba ollas de lentejas y todo tipo de potajes para los amigos. 

Fue cuando pude comprobar que mi cocina gustaba muchísimo a la gente. Cada día en la playa me proveían de una olla o sartén gigante y material para cocinar. Comíamos y cenábamos más 50 personas en pleno verano.

Y yendo a comer a cualquier restaurante, comprobé que casi ninguno cocina con tanto sabor como yo le daba a mis guisos, demuestrándome que la consigna de mis acosadores siempre ha sido hundirme por saber cocinar ofreciendo sabores y así dejarme fuera de la riqueza que me corresponde. 

En la playa hacía tortillones de patatas cuyos aromas atraían a amigos y bañistas, y me vi obligado a hacer más tortillas para la gente que me traían su material para hacerlas. Y como tenía todo el día en la playa para disfrutar, pues entre tintos de verano y cervezas disfrutaba como un loco vengándome de los malos tiempos.

Los días que hacía una paella para mí y la docena de amigos y amigas que nos habíamos conocido formando un grupo en la playa, siempre se acercaban un variopinto número de personas trayéndome arroz y paelleras para que hiciese más paella para todos.

Esto es un ejemplo que escribo para los amigos del Valle de Chistau, que la cocina es como la música, la práctica hace al maestro y al chef, y no las estrellitas Michelín. 

El músico copia de otras músicas hasta que se ve capaz de componer  detalles que diferencian su música de la que le sirvió para aprender. Y ese simple hecho es una genialidad.

La genialidad no necesita de reconocimientos institucionales, pero eso agradecerá tu negocio para atraer comensales de la misma forma que yo hacia en la playa. 

Ya os he contado cómo me llegaron a acosar en otros tiempos para que no llegara a cocinar. En realidad nunca tuve intención de ser cocinero sino trabajar en el cuarto frío y convertirme en jefe de partida, no en Chef. 

Y ahora que en la hostelería pagan sueldos miserables, me la suda por completo, ya que a mí nunca me dieron una oportunidad. Y cada vez que mi padre o mis familiares quisieron montar un restaurante, consiguieron mi ayuda y trabajo  porque intercedió mi madre para que los ayudase, a pesar de que yo sabía que sería excluido para después echarme.

Que se jodan si el negocio se hundió cuando me echaron. Nunca necesité sacarme un título universitario para tener grandes conocimientos de economía. Aprendí yo solito cuando me hicieron abandonar por dos veces mis estudios de Contabilidad en el instituto sufriendo la hipocresía de lameculos y profesores hipócritas.

La cocina es práctica y cuando se dejan las prácticas por décadas, los detalles se olvidan, y más cuando se sufre acoso y presiones, que se ve claramente cuando uno hace una paella, que sale cruda o pasada. 

Pues los acosadores necesitan eso para decirte que eres muy malo cocinando con el objetivo de impedir que evoluciones y cocines bien, y tener el poder de discriminar porque estás en su terreno.

En el Valle de Chistau he comido de todo bueno y he saboreado algunas malas. Pero nunca he recriminado a nadie que haya cocinado mal porque sé que otros días ha cocinado muy bien. 

Yo he reaprendido a cocinar de nuevo para saborear buenos sabores, y en vez de engordar he ido perdiendo kilos, porque la comida bien cocinada produce buena alimentación y no engorda. Si engorda es porque está mal cocinada. 

Quizás dirás que esto es un puñetero cuento, pero yo sé que no tienes ni puñetera idea de mi vida.


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