A veces tenía que ir a arreglar papeleo al banco de Aínsa o comprar algún artículo deportivo, o simplemente por darme un paseo y romper con la monotonía de entrenar en los recorridos habituales.
Una forma de ir a Ainsa para romper cuando no tenía cálculos matemáticos científicos en la cabeza, pasaba por coger la mochila espaldera al amanecer y hacerme los 40 kilómetros corriendo, en un rodaje de aproximadamente tres horas que me encantaba.
Otra forma de ir a Aínsa para romper cuando no tenía alguna ecuación física calculando en mi cabeza, solía surgir de repente cuando tomaba café en Ruché.
- Nacho, préstame la bicicleta que necesito ir a Aínsa.
- Oye, tío!. La bicicleta está detrás, tío. Oye, tío, canalla!. Detrás tienes la bici, tío!... - bromeaba Nacho.
Y yo comprobaba que las ruedas estaban bien de aire, me agarraba al manillar y con mi mochila en la espalda cogía la carretera para Salinas. Guiado por mis sensaciones físicas, tardaba aproximadamente una hora en recorrer los 40 kilómetros hasta Aínsa. Y a veces incluso me daba una vuelta recorriendo los 7 kilómetros hasta Boltaña sin ninguna prisa por volver.
Una cosa rara es que la bicicleta de carretera de Nacho Ruché me quedaba muy cómoda, como hecha a mi medida y me resultaba facilísimo pedalear incluso regresando a Plan, subiendo las cuestas por los túneles de la inclusa con muchísima facilidad para plantarme en el pueblo casi sin darme cuenta, de vuelta y tomando café en el bar.
Nunca conté, por no darle importancia, que un día que volvía a Chistau admirando el paisaje y el río Cinca tras salir de Aínsa, me pasó de golpe casi rozando un ciclista con una bicicleta que dejaba la bicicleta de Nacho como una antigualla.
El individuo gastaba maillot y culote francés. Yo malla de atletismo y una camiseta corta debajo de la sudadera. Y en la espalda llevaba poca cosa.
No me gustó mucho la actitud, moví la palometa piñonera de la bici y me puse fácilmente a rueda del ciclista francés sin esforzarme ni sudar. Así pasamos por Labuerda como un suspiro, incluso vi el coche de Alberto Bosque salir de la carretera y aparcar en Turmo.
Más adelante vi pasar a Colis en dirección a Aínsa con su furgoneta blanca. Seguramente no se fijó en mi porque iba a rueda del francés, que de vez en cuando me miraba a través de sus gafas de ciclista frunciendo el ceño un poco mosca.
Pasamos por Escalona y dejamos atrás el paisaje que se ve Laspuña. El francés se dejó pasar y se puso a mi rueda, y así pasamos Puértolas, el restaurante de Quino y Lafortunada.
Cuando llegamos al desvío de Chistau pensé que el francés se iría para Bielsa. Me quedé muy sorprendido que siguió a mi rueda. Pero antes de los túneles de la Inclusa y el desvío a Saravillo, se había quedado rezagado unos treinta metros.
A pesar de eso me siguió por los primeros túneles distanciado cincuenta metros. Pero cuando crucé el puente de Plandescún no lo vi salir por la boca del túnel, ni cuando recorrí el largo de la recta que se ve desde el túnel de la presa.
Llegué a la puerta del bar y dejé la bici fuera. Me senté y le pedí a Nacho un café. Me dijo que había vuelto muy rápido. Miré mi pulsómetro reloj y me sorprendí que ni con la sudadera había sudado.
Creo que ocurrió en el 2001. En aquel entonces supe cómo tiene que entrenar un ciclista profesional.
En Málaga me he acordado muchas veces del hermano ciclista del marido de la hija del hotel Pirineos, que quiso batir el récord de la hora.
Tal vez no tenía los conocimientos que me refiero, ya que en el ciclismo de élite no es sólo ciclismo lo que esconden los secretos sobre entrenamiento.
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