Hay tantas cosas que oculto, que a veces me supera. Casi toda mi vida me he agarrado, a que me costó sangre y lágrimas ser totalmente libre para viajar. Una buena forma de espantar los intereses personales ajenos que no me iban a acompañar nunca.
Me hubiera quedado en Chistau toda la vida aunque viviese en una tienda de campaña. Allí tenía un montón de personas que admiraba, y cada día que los veía, me quedaba atolondrado en un imaginario ascentral de pensamientos que no quiero definir.
A mí me gustaba ver el trajineo de gente yendo y viniendo. Admirar para mí íntima y personalmente sus facciones, las formas de su rostro, el color de su piel, su procedencia, en qué pueblo vivía, de qué subsistía, como si buscase sus orígenes.
Yo admiraba a Dueso, a Miguelo, a Pepe Ruchè, a Joaquín el carpintero, a Manolo el cartero, a Guillermo el médico, a Javier el panadero, a los alcaldes de San Juan y Gistaín, a Corneta, a Jaime el farmacéutico, a todos a pesar del conflicto en las relaciones.
Y me quedaba tonto y atolondrado mirando a las mujeres chistavinas, casadas, solteras o muy jóvenes. No porque quisiera algo con ellas, sino porque mi mente analizaba todo y me producía una satisfacción absoluta.
Después, con los años, me he visto gratamente sorprendido por las capacidades superiores que han demostrado. Un ejemplo es que me acuerdo muchísimo de varias personas que no tuve la oportunidad de conocer con más profundidad.
Me faltó tiempo para muchas cosas y no tuve tiempo para más. Yo siempre me he querido ir, pero en Chistau había muchas personas que provocaban en mí un encantamiento especialmente atractivo.
Una cosa que escribí en otro artículo es una especie de cuento sobre el encantamiento de la Basa de la Mora. He leído en redes sociales a una mujer encantadora como Ángeles Ferrer contar que el Ibón de Plan no se llama Basa de la Mora aunque muchos lo llaman así.
Ángeles Ferrer le decía a su interlocutor que el nombre de Basa de la Mora es una creación de Lucía Dueso para unas leyendas que escribió sobre la Noche de San Juan. Así que siempre se llamará Ibón de Plan.
Pero en mi imaginario, cuando vivía en la tienda de campaña en la acampada municipal de Plan, una de esas noches que la luz de la Luna derramaba tanta luz que parecía de día, me puse mis mallas de correr, me calcé mis zapatillas de running y con mi espaldera, corrí hasta Saravillo porque no podía dormir.
Como no me sentía cansado subí al Ibón de Plan y me senté justo donde Ángel Corneta, Manolo Buisán y... no recuerdo quién era el tercero, por orden directa de Ruché, hicieron quitarme la ropa y me tiraron al agua.
En ese mismo sitio, junto al mismo tronco de árbol, mirando a lo lejos el Ibón con la Luna brillando que parecía de día, una brisa infinita movió las aguas con tal encantamiento, que la Mora de las leyendas de Lucía Dueso danzó para mí.
Creo que fue un mes de Junio de 1996.
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