Ya sé que os gusta que os hable del Valle de Chistau. Os podría contar muchas cosas que me pasaron fuera del valle durante mis largas travesías.
En esta os quiero describir lo que me pasó en Calatayud hará como mínimo veinticinco años.
Me encantaba Calatayud hasta que deje de ir. Solía dormir en un bosque cerca de unos cerros al otro lado de la carretera nacional. Y para llegar a ese cerro había que cruzar la vega.
Por aquel entonces solía llevar por dentro de la mochila, envuelta en bolsas de plástico, una sartén para dos personas que me había llevado de mi casa la última vez que estuve.
Mi casa por aquel entonces era un cuartillo de unos treinta metros cuadrados, como dos habitaciones, un antiguo lavadero reconvertido en vivienda en los últimos años del franquismo.
Recuerdo que había llegado a Calatayud desde Madrid, en tren eléctrico con dirección Zaragoza.
O puede que tal vez había llegado de Francia a Zaragoza y cogiera el tren hacia Calatayud.
No era la primera vez que iba. Solía ir a leer a la biblioteca de los pueblos buscando cosas.
Me encantaba ese paseo largo donde me sentaba a ver pasar a parte de la población.
Aquel día que llegué se me ocurrió estar un rato sentado en ese parque y después se me ocurrió entrar en el pueblo hasta lo más profundo.
Llegué al descampado de un barrio que habían derribado casi por completo. Había muchos trozos de maderas muy pequeñas y tenía mucha hambre.
Busqué un hueco en el suelo y metí un puñado de trozos de maderas pequeñas. Le prendí fuego y me puse a cocinar un arroz con los ingredientes que llevaba en mi saco de la comida.
No hubo humo ni nada de eso. No había ningún peligro de incendio en todo el descampado.
Terminé de cocinar mi sartén de arroz, esperé un poco y me la comí saboreando mi exquisita cocina.
Cuando terminé, el fuego se había apagado solo. Ni siquiera tenía cenizas.
Se presentó un coche patrulla y los policías me zarandearon con malos tratos a pesar de que les entregué el DNI.
Me dijeron que les habían llamado porque yo estaba prendiendo fuego.
¿Cómo se prende fuego a un descampado cuyas ruinas han sido recogidas?.
Los policías miraron el boquete donde había cocinado, no vieron nada y eso parece que les enfureció.
Lo mismo pensaban que yo buscaba drogas y me siguieron.
Desde luego nunca me creí el rollo de que les llamaron porque estaba prendiendo fuego.
¿Fuego a qué?.
El más agresivo me preguntó qué había hecho en la sartén.
Me agarró y me zarandeó diciendo que para cocinar la próxima vez me fuera al campo.
Y siguió zarandeándome para que le entendiera bien.
(Una mierda iba a cocinar donde a ellos les diera la gana).
Después por la tarde estuve mucho tiempo sentado en el paseo de Calatayud, y de repente se paró el individuo vestido de civil sin mirarme.
Iba con su hijo pequeño casi un bebé mirando hacia no sé dónde.
Me di cuenta que este individuo ya lo había visto cerca unas cuantas veces.
Cuando me miró lo hacía como si no me reconociera. Pero yo hice ademán de coger mi sartén y hacerme una paella allí mismo.
Ni se alteró. Pero yo sé que le jodió no ganarse una medalla.
Se ve que mucha gente no quería que hiciera nada.
Olvidé mi futura profesión de cocina porque la práctica hace al maestro.
Después los mismos que se quejaban para que no hiciera nada, se quejaban de que no hiciera nada.
Solo hay que escuchar el tipo de música que escucha la gente para saber el nivel de psiquiatría.
El único lugar donde pude cocinar a gusto y además me lo pedía mucha gente, fue en mi playa de Maro.
¿Y qué pasó con mi sartén?.
Le pasó lo mismo que a mi flauta dulce que yo le tenía mucho cariño.
Mi flauta dulce me la robaron en Cerler muchos años antes de que conociera Plan.
Mi sartén no recuerdo dónde me la robaron ni en qué momento.
Miré y ya no estaba.
También me robaron un paraguas gigante que estaba roto 🤣
Todos pendientes de si tomo drogas o prendo fuego en un boquete para hacerme una paella y comer con mucho gusto.
Pero como buenos mangutas solo se les ocurre robarme hasta las campanillas.
También me robaron mi cuchillo de cocina profesional con una hoja de tres dedos de ancha.
Le había redondeado toda la punta para que no pinchara en ningún caso.
Mi padre me lo dio en abril de 1976 cuando fuimos a trabajar a Cala Tarida (Ibiza) y Maryland (Formentera).