martes, 2 de mayo de 2023

La camada de ratones del refugio de la ermita Virgen de la Plana de Plan, Valle de Chistau, Pirineos de Huesca

En Málaga, vivía en el primer piso de lo que era mi casa, un lavadero en desuso de los que cada planta del edificio había uno y que en 1973 el patronato de la vivienda había reconvertido en casa ante el auge del nivel de vida de la población que pudo comprarse electrodomésticos.

Lo cierto es que aquellas viviendas no tuvieron éxito y además eran ilegales desde un principio, lo que se podía esperar de un alcalde franquista con ganas de notoriedad. 

Los contadores estaban en la planta baja y eran una amalgama de cables más difícil que un puzzle. Aquello era el hogar de no pocas camadas de ratas y ratones que salían de las alcantarillas y decidían vivir allí porque tal vez les parecía un chalé tener acceso directo a los bajantes de las casas y también porque subiendo por las escaleras alcanzaban cualquier corredor para meterse en cualquier hogar con la puerta abierta.

Una cosa que ignoran muchas personas es que las ratas pueden escalar por las paredes exteriores de los edificios y introducirse por la ventana de cualquier vivienda que considere de sumo interés.

A mitad de los años 80 yo vivía allí solo y había logrado recién mi total libertad respecto de las tensiones familiares. Viajaba por varios años lejos y siempre terminé volviendo a mi cubil.

En uno de mis retornos mi hogar era el chalé de una gran camada de ratones. Habían agujereado la taza de la ducha y vivían ahí debajo. 

Estuve muchas días intentando deshacerme de aquella enorme camada y aunque tapé todos los agujeros incluso con cristales y volvían a abrirlos. Nadie me daba la solución, muy a pesar mío que llené la casa de cartones con pegamento.

Un día estaba sentado comiendo unos aperitivos y se me cayeron al suelo unos trozos. Los ratones rápido lo cogieron y escaparon hacia el cuarto baño veloces como diablos. Me quedé observando impresionado. En aquel momento me convertí en un verdadero demonio porque acababa de descubrir el antídoto para deshacerme de la enorme camada.

Quité todos los cartones con pegamento porque el único ratón que había caído en ellos era yo, por un roce con la punta de la zapatilla o porque sin darme cuenta pisaba sin querer con los zapatos. 
Dejé un solo cartón con pegamento. Eché trozos de mi aperitivo y me fui a dar una vuelta un par de horas. 

Cuando regresé abrí la puerta esperando que al menos hubiese caído algún ratón y me encontré que habían querido comer de mi aperitivo más de una docena de ratones que habían quedado pillados en el pegamento.

Me quedé sorprendido. Metí aquel cartón en una bolsa y lo tiré a un contenedor de basura en la calle con la camada pegada. Regresé y puse otro cartón y le eché mi aperitivo esparcido por encima del pegamento. Lo coloqué en el cuadro de la puerta del baño y volvieron a caer otra decena. Así realicé la operación varias veces hasta que cayó la madre de las criaturas.

Cuando trabajaba en la construcción de la ermita de la Plana, a veces saltaban ratones mientras comíamos en el refugio. Había una camada enorme. El Gallego y Miguelo, no recuerdo quién más, les dio por quedarse a dormir allí. Como los ratones no les dejaban dormir a pesar de estar en alto, se les ocurrió subir una escopeta de perdigones y liarse a perdigonazos con la camada sin mucho éxito.

Que conste que quise ofrecerles mi experiencia pero renegaron de mí y no me dejaron ni decirles mi técnica, así que me callé. 

Prefirieron hacer lo que les mandó Ferrer de San Juan que era el jefe allí. Él tenía la trampa de la losa que elevaba poniendo un palo con un señuelo para cazar ratones. 

En realidad cazaba ratones de uno en uno. Así que si hay treinta ratones tardaría treinta días, menos los que el Gallego y Miguelo cazaran en las noches que durmieron el refugio si es que consiguieron dormir.

Cada día por la mañana costaba trabajo levantarlos cuando llegábamos a trabajar. Yo me reía una barbaridad cuando le preguntaba cuántos cazaron aquella noche, porque lo que es la trampa de Ferrer todas las mañanas había un ratón aplastado por la piedra.

O sea que habían llevado una escopeta de perdigones para nada porque no tenían tino. Como me reía, Miguelo me hizo competir con él disparando a una moneda que colocaba sobre el gotelé de la pared exterior del refugio. "Miguelo, vas a perder." Pero él no se lo creía. Me hizo repetir la competición varias veces porque yo le daba a la moneda y él fallaba, desde una distancia de cinco o seis metros aproximadamente.

Nunca consiguieron deshacerse de los ratones. Se cansaron y dejaron de dormir en el refugio. Qué pena no?.




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